viernes, 5 de agosto de 2011

Los caracoles ven el futuro


—¡Se pudrió todo, don Caracol! —gritó el Bicho Bolita.
Don Caracol estaba acostumbrado a que Bicho Bolita lo despertase a los gritos, pero esta vez le llamó la atención. ¿Qué se pudrió? ¿Los yuyos donde él solía comer? ¿La maceta donde iba a dormir la siesta?
—¿Qué se pudrió? —preguntó don Caracol.
—¡Todo, don Caracol, se pudrió todo! Resulta que el perro se enteró de que usted anda diciendo por ahí que no le tiene miedo…
—¿Y cómo se enteró?
—Yo le conté a un grillo, que le contó a una babosa, que le contó a una hormiga, que le contó a una araña, que le contó a un ciempiés, que le contó a un escarabajo, que le contó a una avispa, que le contó a una abeja, que le contó a una mosca, que le contó a un mosquito y el mosquito le contó al perro. ¡Pero qué mosquito chismoso!
—Bueno, no es tan grave. Yo no sé por qué todos le tienen tanto miedo, ya es hora de que aprendan a sacarse de encima a ese perro…
—¡¿No es tan grave?! ¿¡Me escuchó bien don Caracol?! ¡El perro quiere vengarse!
—¿Y qué puede hacerme?
—¡¿Qué puede hacerle?! ¡¿Qué puede hacerle?! ¡De todo don Caracol! Patearlo, pisarlo, arañarlo, masticarlo, escupirlo, triturarlo, lamerlo, babosearlo, mirarlo…
—Que me mire no sería tan grave…
—Bueno, eso no. ¡Pero todo lo demás sí!
—El perro no puede hacerme nada. Será fuerte pero también es muy lento, hasta la babosa es más rápida que él.
—No… le… permito… —dijo la babosa que pasaba justo por ahí.
—Discúlpeme, señora babosa, fue sin querer —dijo don Caracol, y la babosa siguió su camino.
—Pero yo lo he visto correr y es bastante rápido… —dijo el Bicho Bolita.
—Lento para las ideas quiero decir. Así que no te preocupes que algo se me va a ocurrir —y sin decir más, don Caracol volvió a dormirse.
La mañana pasó con tranquilidad. Pero al llegar el mediodía, el perro salió al jardín. El silencio era total. La ansiedad era terrible. Las arañas parpadeaban con todos sus ojos a la vez. El ciempiés temblaba con noventa y nueve patitas (tenía una enferma). Las hormigas dejaron de trabajar por unos segundos, pero luego decidieron que no podían perder tanto tiempo. Las abejas estaban serias, lo que es mucho decir. El grillo se había callado. ¡Sí, el grillo! Todos estaban muy preocupados. Todos menos el Caracol, que dormía tranquilo.
Apenas el perro lo vio, tomó carrera y fue corriendo hasta él.
—¿Así que no me tenés miedo? ¡Ahora vas a ver! —ladró, mientras abría bien grande la boca para tragarlo.
Entonces, don Caracol abrió los ojos y muy tranquilo le dijo:
—¡Pero qué raro! ¿Usted va a matarme así nomás, sin que le adivine el futuro primero?
—¿Qué? —ladró el perro muy enojado.
—Que me extraña que no quiera que le diga su futuro antes de matarme. ¿O es que no sabe que los caracoles, cuando están a punto de morir, pueden ver el futuro de aquel que los va a matar? Todo el mundo sabe eso. Si no lo sabe, tendría que pensar que usted, señor perro, es un ignorante.
—¡Por supuesto que lo sé! —ladró el perro, un poco confundido.
—¿Y no quiere saber cuál será su futuro?
—¿No será ésta una de tus trampas, caracol?
—¿Es que no le dije que los caracoles vemos el futuro sólo cuando estamos por morir? Por lo tanto, estoy reconociendo que voy a morir. ¿Le parece que eso me conviene? Pero si no quiere saber su futuro… déle no más, máteme y ya.
—No, no, está bien. Quiero saber mi futuro. ¡Pero rápido! ¡Estoy ansioso por comerte!
Entonces, el caracol comenzó a revolear los ojos de una manera muy rara. Para un lado y para el otro, para un lado y para el otro. Luego comenzó a temblar de pies a cabeza… perdón, de cola a antena, mientras pronunciaba palabras muy extrañas.
—Ehgrjkdddssssss… Dsssssssss… Cacacacacacacaca ¡BO BO BO BO! Tutututututu… Rauti, rauti…
Y de repente, volvió a la normalidad.
—Listo, he visto el futuro: Hoy a la tarde, luego de comerse un caracol, morirá envenenado.
—¡¿Cómo?! —dijo el perro muy preocupado.
—Lo que escuchó: después de comer un caracol, morirá envenenado. Así que no perdamos más tiempo, cómame de una vez.
El perro lo miró asombrado y trató de pensar en lo que estaba pasando. Pero no era muy bueno pensando. Así que después de un buen rato con cara de nada y los ojos bien abiertos, dijo:
—¡Estás tratando de engañarme, caracol!
—Piense, señor perro, piense —respondió el caracol—. Si yo quisiera engañarlo, ¿le parece que le diría que tiene que comerme? ¡Si yo no quiero que me coma! Pero el destino es el destino y hay que cumplirlo, así que, cómame.
El perro pensó largamente en las palabras de don Caracol. Tan largamente que el caracol durmió una pequeña siesta mientras esperaba. Pero después de un buen rato, el can, muy preocupado, exclamó:
—¡Yo no quiero morir envenenado!
—No podemos hacer nada contra el destino. Cómame de una vez, de un solo bocado, así duele menos…
—¡No! ¡No quiero!
—¿Pero no le digo que contra el destino no se puede hacer nada? ¡Abra esa boca y trágueme!
—¡No! ¡No quiero morir!
Entonces don Caracol, muy enojado, comenzó a gritarle.
—¡Pero no sea cobarde! ¡Abra la boca! ¡Si quiere, yo salto adentro!
—¡Auuuuuu! —comenzó a llorar el perro— ¡No puedo! ¡No puedo!
—¡Vamos! ¡Cobarde! ¡Miedoso! ¡Cumpla con el destino y cómame ya!
—¡Auuuuuu! ¡Auuuuuu! ¡No, por favor!….
Y desconsolado, el can continuó llorando más y más fuerte, pero sin abrir mucho la boca, pues tenía miedo de que el caracol se tirara adentro.
—Está bien, está bien —dijo don Caracol—, si no me quiere comer no me coma… ¿Usted sabe lo peligroso que es no hacer caso al destino? ¿Sabe en el compromiso que me pone a mí? Porque también es mi destino, che…
—Sí… Discúlpeme, don Caracol. ¡Pero no quiero morir!
—No es nada. Esperemos que el destino no se la agarre con nosotros. Por si acaso vaya con mucho cuidado. Vaya nomás… me debe una.
Y el perro se retiró muy asustado, con la cola entre las patas, temiendo que el destino se le cayera encima en cualquier momento. Y apenas se fue, todos los insectos salieron de sus escondites, gritando de alegría ante la forma en que don Caracol había manejado la situación. Y decidieron, en ese momento, nombrarlo máxima autoridad del jardín: presidente, rey, juez, comandante, diputado, representante, basurero y cualquier título que se les iba ocurriendo (hasta que una hormiga propuso el título de “jardinero”, que había escuchado que quería decir “máxima autoridad del jardín”). Y en ese mismo momento y como primera medida, don Caracol declaró dos horas de siesta obligatorias para todo el mundo y, muy contento, se fue a dormir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

YA ENTENDI PORQUE CUANDO UNO HABLA, SE PONE LA RAYA DE DIALOGO,Y QUERIA DECIR QUE EL CUENTO ES MUUUUYYY DIVERTIDO

gonzalo y agustin